Geli Gonzalez

Fenomenología del dibujo

El dibujo me dibuja, construye y reconstruye lo que me rodea.

La práctica del dibujo, en vertientes diversas, atraviesa mi obra. Se hace presente imbuido de un fuerte carácter conceptual, aplicable al hecho de construir y destruir, de situar límites entre lo visible y lo invisible como metáfora de la tensión que producen las huellas de los gestos mínimos de nuestra presencia en el mundo.

En estos trabajos hay una suerte de disección del dibujo, o al menos de algunos aspectos del mismo; un desplegar sus partes e interrogarlas. Materiales, soportes, gesto y grafismo protagonizan estas investigaciones: dibujar con agua, con goma de borrar; sobre vidrio, baldosas y otros soportes, medir sus resistencias; indagar en torno a un gesto primario, básico, y a su grafismo resultante.

La goma de borrar, ese recurso auxiliar en la práctica del dibujo, entra en escena. Borronea, intenta deshacerse de la imagen. Busco un punto de tensión entre los signos latentes y la presencia de la acción.

El agua se suma a la escala pequeña y al signo elegido, en una estrategia de capas superpuestas, buscando mayor tensión en torno a la visibilidad de la imagen. Ya sobre baldosas de cerámica (piso) sólo sobrevive un garabato primario cuya evaporación logro “detener” mediante el registro fotográfico. El comportamiento del material sobre ese soporte evidencia radicalmente la inevitabilidad del tiempo.

El garabato, como grafismo primario, se presenta beligerante en contacto con el papel. Ese gesto de violencia contenida, insiste reiteradamente hasta horadar el soporte. Los números anotados dan cuenta de la duración del enfrentamiento.

 

 

24 segundos. Bolígrafo sobre papel. Medidas variables. 2003

 

37 segundos. Bolígrafo sobre papel. Medidas variables. 2003

 

42 segundos. Fibra sobre papel. Medidas variables. 2003

 

S/T. De la serie de dibujos borroneados. Lápiz y goma de borrar sobre cartulina. Detalle. 33 cm x 33 cm. 2003 / 2004

 

S/T. De la serie de dibujos borroneados. Lápiz y goma de borrar sobra cartulina. Detalle. 33 cm x 33 cm. 2003 / 2004

 

S/T. De la serie de dibujos con agua. Agua sobre cartulina. Detalle. 70 cm x 70cm. 2003 / 2004

 

S/T. De la serie de dibujos con agua. Agua sobra cartulina. Detalle. 70 cm x 70 cm. 2003 / 2004

 

S/T. Dibujo con agua sobre baldosa. Fotografías de Javier Soria Vázquez. 2002

 

Tres en línea              

Muestra realizada junto a Rosalba Mirabella y Pablo Guiot

Lomo – 2003

 

SIMPLEMENTE (texto por Aldo Ternavasio)                                            

El papel del dibujo, tres veces, aquí y ahora

No es seguro que existan, pero seamos sinceros: nada es seguro. Ni siquiera es seguro que nada lo sea. Así que si existen los agujeros negros ¿por qué debería sorprendernos el hecho de que haya quienes apuesten por la existencia de algo que, casualmente, de existir, sólo podría llamarse “agujero blanco”? Es más, se podría afirmar -y no falta quién lo haga- que no es por azar que semejante apuesta se produzca azarosamente. Se trata de una idea verdaderamente extravagante, que sin mayores dificultades puede ser resumida así: existen buenas razones para creer que lo que ocurre por azar no podría ocurrir de otro modo. En fin, no es por azar que ciertas cosas ocurren por azar -afirman aquellos que nunca faltan- como si semejante contingencia estuviese de algún modo predestinada a ocurrir azarosamente.

Sí, es cierto, hay quienes apuestan a la causa de los agujeros blancos (quizás sin saberlo, cosa que poco importa). Tan cierto como que, por otro lado, están los que sostienen que no es por azar que exista el azar de semejante apuesta. Pero una vez más seamos sinceros, si el azar no se da por azar, si el azar es la razón de más de un accidente, ¿entonces, qué es un accidente que necesariamente debía ser accidental? Es algo sobre lo que nunca podremos decidir si era o no un accidente, con total independencia de lo accidental que nos pueda parecer.

Como es bien sabido, “una jugada de dados no abolirá el azar”. Sin embargo, cosa que también es bien sabida (pero no siempre asumida), esto “nunca” podría ocurrir, ni siquiera si los dados son lanzados “en circunstancias eternas y desde el fondo de un naufragio”. Pero si las cosas son así, ¿por qué deberíamos convencernos de que el único rumbo de un barco es precipitarse al naufragio? Es verdad que si un barco no ha naufragado es sólo por azar que no lo ha hecho. Pero no se trata de que el naufragio aún no ha acontecido, sino de un no-naufragio que ya aconteció. Por azar, desde luego, pero aconteció.

Entonces, están los que creen en que un golpe de dados no abolirá el azar, pero por las dudas prefieren minar las rutas de navegación, porque un barco bien hundido es una certeza bien deconstruída (y, por supuesto, creen que son sus minas las que realmente hunden a los barcos). Y por otro lado están los que creen, aún sin saberlo (y tal vez gracias a ello) en los agujeros blancos.

Un agujero blanco es insignificante, no produce efectos, pero aún así, no deja de ser un agujero. No es tan científico como el negro, pero no es menos verdadero. Sí, de acuerdo, los agujeros blancos no constituyen una singularidad, no prometen viajes en el tiempo, no son misteriosos ni producen distorsiones gravitatorias; pero aún así siguen siendo agujeros.

Son blancos, es decir que son fácilmente detectables. Son evidentes y lo son de una manera indiscutible. Pero son tan evidentes que si se lo piensa un poco, comienzan a resultar extraños. Porque, a fin de cuentas, las cosas evidentes siempre pasan inadvertidas y detrás de lo inadvertido siempre acecha lo imprevisible. Quizás en esto confluyan su blancura y su condición de agujero: son muy visibles pero no por ello previsibles.

Son infalibles y no es necesario romperse la cabeza para entender por qué: son infalibles porque no producen nada y, hay que creerlo, en eso no fallan nunca o casi nunca. De todos modos, esto no quiere decir que se los pueda ignorar (por eso son infalibles). Es cierto que si no producen efectos, podrían no estar y no lo advertiríamos. Pero justamente en donde se supone que algo pasa inadvertido es en donde se intuye que hay un agujero blanco. Es probable que no sean peligrosos, pero indudablemente no se puede escapar de ellos.

Pero ¿a qué viene todo esto? Quién sabe. Quizás a que con lo que sigue, me gustaría indicar algunos aspectos de los trabajos de Geli, Rosalba y Pablo que, de cualquier manera son evidentes para todo el mundo. Ahora bien, si pasan inadvertidos o no, si deberían o no pasarlo no es algo que yo pueda decidir. Pero que es posible hacerlo, es posible.

1-Repetidamente (a la larga desdibujándose)

No hace falta ir a la deriva para que las cosas carezcan de sentido. Se puede ir recta y velozmente hacia la meta planificada (es decir, creyendo que se sabe a dónde se va) ignorando, con una precisión tecnológica, cómo el destino termina dando en su propio blanco. A diferencia de lo que solemos escuchar, esta afirmación no es una advertencia, es una amenaza: no es necesario que las cosas carezcan de sentido para que en el fondo, realmente carezcan de sentido.

Tampoco es necesario que dos cosas sean idénticas para que se trate de la misma cosa repetida. Por otro lado, que los errores humanos sean todos iguales no quiere decir que lo que se repite sea el mismo error. Ni es necesario que haya un error para que aquello que no podía suceder termine ocurriendo (es que es posible que no sea necesario que la multitud de agujeros realmente existentes sean iguales para que se trate del mismo agujero que, incomprensiblemente, se abre en distintos lugares, al mismo tiempo y en todo momento). No hay que dejarse engañar por la simplicidad aparente de estos dibujos. En todo caso, lo correcto es hacerse engañar por ella.

Tampoco es necesario demasiada profundidad para que algo se hunda definitivamente y, en el fondo, siempre queda un resto que nunca se termina de hundir o, en todo caso, que inevitablemente acaba saliendo a flote. Para que algo se hunda y algo salga a flote no es necesario una grieta abisal: basta con una pequeña superficie blanca y el ansia irrefrenable de que algo suceda en ella.

Alcanza, es verdad, con el ansia de que algo suceda. Pero sólo si ocurre superficialmente, como si nadie supiera qué es lo que podía llegar a suceder y como si lo que acaba por sobrevenir fuese completamente inevitable. Es como con el Titanic. Si nos enterásemos que hubo un complot para hacerlo chocar contra el iceberg, la última sensación que tendríamos es que estaba destinado a chocar con el. El destino no estaba sellado en los defectos del acero ni en los de la torpeza humana. Si tenemos la sensación de que el barco estaba destinado a zozobrar es porque tenemos la íntima convicción de que el iceberg estaba donde estaba simplemente porque sí.

Si, simplemente. Esa es la palabra.

2-A la larga (desdibujándose repetidamente)

Si, simplemente. Un gigantesco agujero blanco, en medio de la nada y porque sí.

Pero no todo agujero blanco es gigantesco. Y aunque parezca una ironía tratándose de agujeros blancos, no está claro qué papel les toca en el hecho de que estos dibujos sean lo que son.

Lo que sí es seguro, es que algún papel les toca, dado que no hay nada que no cumpla ningún papel. Incluso hasta cuando por azar -o por lo que sea- el papel asignado a algo, a alguien (o a algunos) simplemente consista en no representar ningún papel. Es cierto que hablar de “papel asignado” quizás sea forzar excesivamente las cosas, rendirse con demasiada facilidad a la tentación de asumir que todo estaba decidido de antemano. Es como si una mano inerte, que sencillamente se limitaba a seguir un trazado invisible previamente delineado (nadie sabe, ni quiere saber cómo y por qué), de golpe comenzara a dibujar los signos de un antiguo porvenir que súbitamente empieza a acontecer.

No sé. Es como si toda premonición fuese absurda, pero a la larga, lo que finalmente sucede también lo es. Y de cualquier manera, al revisar los hechos, siempre terminamos convencidos de que las cosas se limitaron a cumplir el papel que le tocaba a cada una. Porque siempre hay una línea que separa un papel de otro. Y la hay todavía cuando esa línea ha sido trazada simplemente para que parezca que algo se borraba allí donde no había nada que borrar.

Los barcos se hunden. Y es como si un enorme agujero en el mar los tragase. Pero paradójicamente, se trata de un agujero que se hace en el barco, pero que se abre en el mar. En la superficie del barco en la superficie del mar. Cada uno cumple su papel. Uno cubre lo que el otro dibuja, el otro dibuja lo que uno cubre. Esa es la línea de flotación. Una línea perfecta, a pesar del hecho  -no siempre advertido pero repetidamente demostrado- de no existir.

3-Desdibujándose (repetidamente a la larga)

Tarde o temprano la estela se desdibuja, aún cuando el barco que la deje sea absolutamente gigantesco. Por eso, nunca se puede estar seguro si una flecha indica que se debe seguir ese camino o si apenas señala que el camino sigue por allí, aunque nadie lo siga ni advierta que carece de sentido.

Es como si el blanco del sentido sólo pudiese señalar su papel en la medida en que logre desdibujar eso que todos sabemos: que en el fondo, sólo un placer accidental es capaz de hundirnos hasta nuestro destino. Qué es lo que se dibuja con todo esto. Que algo te atrae, sin que puedas saber que te atrae y que lo hace por pura casualidad. Con algo así, está claro, solamente se puede chocar.

Quizás eso sea un agujero blanco. Algo que, como un iceberg y con independencia de lo pequeño que pueda llegar a ser, reduce a quien lo contempla hasta hacerlo un punto abstracto en el espacio, una pura mirada incorpórea inane frente al azar.

Es cierto que la buena fortuna no se consigue por casualidad. Sin embargo, cruzarse con la persona indicada no impide que a la larga, pase lo que pase, todo ocurra de tal manera que parezca inevitable. También, por fortuna, algo es peligroso si puede ocurrir o si puede no ocurrir, pero nunca  por ambas cosas a la vez. O casi nunca, porque algunas veces, y sólo a fuerza de predecirlas incansablemente, se contraen enfermedades que terminan siendo saludables.

Sí. A la larga son saludables. E infalibles. Siempre y cuando advirtamos que el secreto radica en elegir, en el momento justo, la predestinación adecuada. De ahí en más, basta con limitarse a hacer el mejor papel posible y enfrentar el verdadero blanco de la tentación. No es, como se cree, mirar por el agujero. Es, a decir verdad, creer ciegamente que el que mira no es el agujero.

Yo no sé que tienen en común las obras de Geli, de Rosalba y de Pablo. No se que tienen en común entre ellas ni con aquellos que sólo estamos para mirarlas. Salvo, por supuesto, que entre todos nosotros hay un océano de por medio. Y los peligros que gozamos en él y el hecho de que en él, a la larga, todo iceberg se disuelve.

Octubre, 2003

 

 

  

 

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